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viernes, 21 de marzo de 2008

Belén, apenas a nueve kilómetros de Jerusalén, es un símbolo de las profundas contradicciones entre judíos y árabes.


EL DIRECTOR DE LA VOZ DEL PUEBLO WALTER RODRIGUEZ CAMPOS EN LO INTERNO DE LA TUMBA DE JESUCRISTO QUE LOS CRISTIANOS CONSIDERAN EL LUGAR DONDE FUE DEPOSITADO EL CUERPO DE JESUS



Si Jesús naciera hoy aquí, probablemente tendría problemas.

Belén no está en Israel, sino que es un territorio palestino. Si su familia quisiera llevarle a Jerusalén, simplemente no podría hacerlo. O tendría que hacer un complicado trámite para obtener un limitado permiso israelí con el que podría cruzar una impresionante barrera de concreto.

Este juego mental podría sonar a broma, pero es la realidad que enfrentan los 35 mil habitantes de Belén y los poblados aledaños de Beit Jala y Beit Sahur.

Situada apenas a unos nueve kilómetros del sur de Jerusalén, la cuna de Jesús está en la primera línea de la profunda y amarga división de dos pueblos que reclaman para sí el derecho y la propiedad de esta tierra.

El pueblo está cercado por la muralla de hormigón y concreto de siete metros de alto que en 2003 finalizó el gobierno israelí y la cual es vigilada 24 horas al día por el Ejército. Cuenta con sensores, cámaras infrarrojas y muchos otros dispositivos de alta tecnología que la hacen prácticamente impenetrable. El único modo de cruzarla es por el pasadizo habilitado por los militares.

La cerca de seguridad o barrera de separación, como la gustan llamar las autoridades israelíes y los medios, recorre cientos de kilómetros y envuelve sobre todo la mayor parte de Cisjordania, también conocida como la Ribera Occidental del Jordán.

En 1967, victorioso tras la Guerra de los Seis Días contra Egipto, Jordania, Irak y Siria, Israel quitó a los jordanos Cisjordania y Jerusalén Este, en la cual está la Ciudad Vieja y sus sitios sagrados.

En más del 80 por ciento, la cerca no es una muralla elevada de siete metros, sino una sofisticada valla metálica con alambradas de púas.

Para Israel la medida ha sido altamente beneficiosa, porque ha reforzado la seguridad, ha impedido atentados terroristas y sus ciudadanos pueden llevar una vida más tranquila. En comparación con hace unos cuatro años o más, los ataques suicidas en buses, discotecas, centros comerciales o cafeterías en las ciudades israelíes, se han visto considerablemente disminuidos, sostiene el Gobierno.

Una sangrienta excepción la supuso el ataque a una “yeshivá” o seminario rabínico en Jerusalén Occidental, acaecido hace dos semanas, con un saldo de siete muertos y 35 israelíes heridos. Fue perpetrado por atacantes árabes.

En piel propia, pude palpar que en lugares como Jerusalén, Tel Aviv, Kfar Saba (donde asistí a un seminario de tres semanas en Israel), se respira más tranquilidad. Los adultos, los jóvenes, mujeres con niños y hasta los visitantes extranjeros, toman más confiados un autobús, un tren, o se aventuran en los malls urbanos o en bares y restaurantes.

Uno de nuestros profesores, un corresponsal español de una agencia de prensa, de origen judío, nos dijo que como padre de dos niños, a él el muro le hace sentirse mejor.

“Y si lo comparas con el que hay en Ceuta y Melilla (ciudades españolas en el norte de África), éste es una mierdilla”. El muro español busca impedir la migración africana a España.

Pero aquí, en Belén, esa barrera es un muro sólido e imponente y una poderosa causa de agravio y resentimiento.

“El muro israelí ha afectado la economía de Belén, la agricultura; vienen menos turistas, nuestra gente no puede trabajar en Israel”, afirmó para LA PRENSA Víctor Batarseh, Alcalde de Belén.

De acuerdo con este funcionario, los hombres no pueden ir a buscar trabajos manuales con patronos israelíes a los que antes accedían; el turismo ha disminuido: muchos vienen a Belén, van a la Iglesia de la Natividad y se marchan, no pernoctan.

En los hospitales de la ciudad palestina no se puede atender complicadas emergencias médicas, argumenta el alcalde. Una persona con un agudo problema cardíaco debe ser trasladada a Jerusalén.

Y los israelíes no dan permisos, dice Batarseh indignado. “Nuestras ambulancias no pueden pasar al otro lado del muro. Tienen que llegar al muro, se baja al paciente y éste es subido a otra ambulancia”, una israelí.

La desconfianza y el temor a que un suicida se infiltre en una ambulancia palestina, parece motivar a los israelíes.

Una posible explicación la ofrece Amram Mitzna, el Alcalde designado de Yeruham, una ciudad del desierto del Néguev. Ejemplifica con lo que sucede en la Franja de Gaza, un territorio palestino que hoy controla el grupo extremista Hamas.

“Cuando se abren los pasos en Gaza para permitir el paso de comida, medicinas, etc., hay un atentado, alguien se vuela. Mueren incluso palestinos inocentes. Es absolutamente irracional. Me pregunto: ¿Cuál es la lógica de esto?”, arguye Mitzna, un ex general y popular político del Partido Laborista que renunció a su diputación y se fue a servir a su país en el desierto.

Batarseh, de 72 años, es católico y socialista y no pertenece al movimiento Al Fatah del Presidente palestino, aunque respeta la autoridad de Mahmud Abbas. Fue activista del Frente Popular para la Liberación de Palestina, integrante de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP).

En el concejo municipal hay 15 miembros. Ocho son cristianos y siete musulmanes. De ellos, cinco son del grupo Hamas, rival de Al Fatah. Por ellos, algunos círculos de derecha israelíes califican a Batarseh como “un títere” de Hamas, lo cual él descarta.

En la comunidad internacional, los críticos denuncian el muro como un acto ilegal de la “ocupación israelí”, término usado por la ONU.

La Corte Internacional de Justicia emitió en 2004 una opinión consultiva, no vinculante, considerándolo como una violación del derecho internacional humanitario.

Según la CIJ, se priva a los palestinos del derecho al trabajo, asistencia médica, educación y libertad de movimientos y a la autodeterminación. Israel rechazó la declaración y la minimizó. Estados Unidos también la desestimó.

ÉXODO CRISTIANO

Belén, cuna del fundador del cristianismo y Salvador, podría pronto ser un lugar sin cristianos.

En 1900 el 95 por ciento de la población eran los cristianos. Miles se han ido al extranjero, empujados por las guerras y la inestabilidad. Hoy son solamente el 12 por ciento, según religiosos de la vaticana Custodia de Tierra Santa.

Batarseh culpa al muro israelí de los males de Belén y de la huida de cristianos. Algunos grupos cristianos denuncian un acoso por los musulmanes.

Jesús, ejemplo de amor y conciliación, nació aquí. Pero su cuna es hoy una tierra de amargas divisiones y conflicto

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