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jueves, 28 de agosto de 2008

Argumentos para demostrar la existencia de Dios


Cuando era joven, Kant escribió un libro que se titulaba algo así como La única demostración posible de la existencia de Dios. Esta simple idea me produce cierta desazón, porque encuentro sospechoso que sólo haya un camino para ir de la razón a Dios, cuando son tantos los que llevan a Roma. Lo más curioso es que Kant maduro se vio obligado a rechazar incluso ese único tinglado conceptual que había pergeñado en su mocedad. El caso no es insólito. Cuando abrimos los libros de teología natural, a menudo encontramos que sus autores dedican mucho más tiempo y esfuerzo a desmontar las pruebas ajenas que a asentar las propias. Uno se pregunta si los que elaboran tan ingeniosas refutaciones llegan a darse cuenta de que, al hacerlo, están creando un clima de desconfianza hacia todos los argumentos, incluido el que quieren erigir sobre las ruinas de los restantes. El problema quizá depende de que casi todos los filósofos que se empeñan en demostrar la existencia de Dios ven competidores y no colaboradores en los que han realizado el mismo intento antes que ellos. Tal vez piensan que la única demostración que cuenta es la primera, como si se tratara de conquistar una cima inexplorada. Eso explicaría el interés en invalidar las pruebas precedentes. Por mi parte, opino todo lo contrario: en este caso lo interesante no es ser el primero ni el único en escalar la cumbre: cuantos más lo hagan, mejor, y que para ello se habiliten la mayor cantidad posible de vías. También puede ser que la mayoría no precise demostraciones para creer o dejar de creer en Dios. Incluso entonces resulta paradójico que los que no creen en Él se empeñen en refutarlas todas& y los que creen, todas menos una: la suya.

Por fortuna, también hay personas sensatas que encaran el problema con mayor tolerancia y realismo: evitan las descalificaciones y manifiestan, en todo caso, sus preferencias, las fórmulas que les iluminan con mayor eficacia, para acceder a la verdad que buscan. Hay que reconocer, sin embargo, que las pegas que unos u otros ponen a los argumentos más conocidos no son gratuitas. Al fin y al cabo, el asunto es arduo. Dios es infinito; nuestra inteligencia y las fuentes que la alimentan, limitadas. A pesar de ello, encuentro que es mucho más fácil razonar la existencia del Ser supremo, que la simple presencia del hombre y el universo, despojados de todo rasgo de divinidad. De no haber ninguna potencia trascendente, ¿qué impediría al mundo crecer y crecer hasta alcanzar las dimensiones de lo incondicionado? ¿Por qué habría de ponerse a sí mismo límites en su ser, poder o conocimiento? Una de las más recientes doctrinas cosmológicas, la teoría del universo inflacionario, postula la existencia de algo bastante parecido: de un solo punto salen universos y más universos, como conejos de una mágica e inagotable chistera. La pregunta decisiva, por tanto, no es siDios existe, sino por qué yo, tú, el otro o el universo mismo no lo somos. Panteísmo o teísmo trascendente: tales son probablemente las únicas alternativas teóricas serias.

Pero, volviendo a la cuestión de los argumentos, no excluyo que los haya errados, absurdos y hasta ridículos. Lo que cuestiono es que sólo haya uno veraz. O que todos tengan que reducirse de un modo u otro a él. Dado que Dios es principio de todo, todo puede ser principio para retornar a Él. Me sorprendería que no hubiera tantos argumentos posibles como posibles usuarios. Es alentadora la idea de que por ahí está, agazapada en la jungla de silogismos y teoremas, una demostración que lleva nuestro nombre y apellidos, adaptada a nuestra inteligencia como un traje hecho a medida. Y con un poco de optimismo, a lo mejor no hay una sola prueba, digamos, personalizada, sino muchas, ajustadas a los diversos momentos y situaciones de la existencia. De ser así, los argumentos tradicionales (el ontológico, el de la contingencia, el de la finalidad, etc.) no designarían especímenes aislados, sino familias de consideraciones que admitirían tantas versiones como la ejecución de una obra maestra de música.

Si algo de todo esto es verdad, no sería difícil encontrar nuevas formas de llegar a la misma conclusión. Aportaré una que probablemente no sea original, pero que se me ocurrió el otro día mientras conducía tediosamente mi coche por las interminables rectas de una carretera de la Mancha. Podría llamarse argumento de la deportividad, y se plantea así: Hoy día abundan las llamadas a tomar la existencia como un juego, vivir cada día como una aventura, mantener el espíritu joven y recibir con buen humor las peripecias por las que hemos de pasar, aunque no sean las más deseables. Me parece una receta excelente, en el supuesto de que sea posible aplicarla, lo cual resulta dudoso cuando las cosas se ponen muy cuesta arriba, como, por ejemplo, si uno está internado en el campo de Auschwitz, embarcado en una patera que naufraga, contaminado por un virus que no perdona, etc. Sin ponernos tan dramáticos, lo mismo ocurre si simplemente uno ya no es tan joven, guapo, sano, ocurrente, triunfador y querido como debiera o quisiera. Igualmente, es mucho más fácil comportarse con deportividad cuando se gana que cuando se pierde. Y, sin embargo, la esencia del fair-play es más fácil de reconocer cuando se arrostra con elegancia la condición de perdedor. Para conseguirlo son necesarias dos cosas: asumir que el juego es importante, que merece ser practicado con pasión, y, al mismo tiempo, tener muy claro que hay algo más importante que el juego mismo, más decisivo que ganar o perder, que disfrutar con él o sufrirlo. Ahí está el secreto de la deportividad, lo que funda el respeto al adversario por encima de la competencia. Para poseer ese secreto es esencial darse cuenta que la relación que se entabla entre los jugadores es mucho más valiosa que lo que se juegan.

Pasando ya a la formulación del argumento, diría que Dios es el elemento indispensable para tomar la vida con deportividad, lo único que puede aparecer como más importante que lo que nos jugamos aquí abajo (felicidad, placer, realización personal, empresas, etc.) Sin Dios no hay forma de evitar que la vida se convierta en un juego a cara de perro, en el que todo vale, en el que lo importante no es participar, sino única y exclusivamente ganar.

Podría seguir desarrollando mi argumento de tarde manchega, pero espero que lo indicado sirva para sugerir que, efectivamente, son muchos, inagotables, los argumentos que nos conducen al reconocimiento de la existencia de Dios. Tal vez el lector encuentre el suyo a poco que se esfuerce en buscarlo.

EL CASO DE GALILEO



HABLA GALILEO:

«Tengo dos fuentes de consuelo perpetuo. Primero, que en mis escritos no se puede encontrar la más ligera sombra de irreverencia hacia la Santa Iglesia; y segundo, el testimonio de mi propia conciencia, que sólo yo en la tierra y Dios en los cielos conocemos a fondo»


EL CASO DE GALILEO
Aunque e
s cierto que Galileo sufrió injustamente a manos de algunos miembros de la Iglesia, también es verdad que ahora se comete otra injusticia cuando se fomenta una versión falsa de los hechos.
La verdad se puede conocer si tan solo hay interés por conocerla.

Galileo nunca fue torturado por afirmar que la tierra giraba alrededor del sol. Fue condenado a «formalem carcerem» –una especie de reclusión domiciliaria.Pero varios jueces se negaron a suscribir la sentencia y el Papa no la firmó.

El pudo seguir trabajando en su ciencia. Murió el 8 de enero de 1642, en su casa de Arcetri, cerca de Florencia. Viviani, quién le acompañó durante su enfermedad, testimonia que murió con firmeza filosófica y cristiana, a los setenta y siete años de edad.

Galileo contaba entre sus amigos a varios cardenales. Uno de ellos, el Santo Roberto Cardenal Belarmino

La oposición mayor a Galileo no fue religiosa sino de los que se aferraban a las antiguas teorías basadas en principios Aristotélicos. Juan Pablo II saca una enseñanza muy importante para el futuro: la irrupción de una novedad científica y metodológica obliga a las distintas disciplinas del saber a delimitar mejor el propio campo y método. De hecho, en el siglo pasado y a comienzos del nuestro, el progreso en las ciencias históricas obligó a los exegetas a reflexionar sobre el modo de interpretar la Sagrada Escritura.


Monseñor Amato, arzobispo de la Congregacion para la Doctrina de la Fe relata:
E
n los archivos vaticanos se guarda una carta, enviada por el Comisionado del Santo Oficio al Cardenal Francesco Barberini en 1633. Esta señala el deseo expreso del Papa de aquel tiempo de que el juicio a Galileo concluyera rápidamente en consideración a su frágil salud.
La idea de que fue encarcelado para que abjure de su tesis no fue más que una leyenda transmitida por una falsa iconografía.
A Galileo se le juzgó no por su tesis científica, sino por decir que la Biblia estaba equivocada al hablar de que “se detuvo el sol” –cuando la que se detuvo fue la tierra.

Durante el juicio, a Galileo se le concedió “las habitaciones del abogado, uno de los más altos oficios de la Inquisición, donde fue asistido por su propio siervo”.

“Durante el resto de su estadía en Roma, fue el invitado del embajador florentino en la Villa Medici”, agregó además el Prelado.
El Arzobispo también reveló que en 1610, Galileo publicó su obra Sidereus Nuncius, donde planteaba su teoría y recibió el respaldo no sólo del gran astrónomo Johannes Kepler, sino también del jesuita Clavius, autor del calendario gregoriano, que hoy rige al mundo occidental.
Galileo “incluso tuvo mucho éxito entre los Cardenales romanos” porque “todos querían mirar al espacio con su famoso telescopio”.
-26, agosto, 2003


No fué la ciencia de Galileo sino su afán de interpretar la Biblia según su ciencia la que le llevó al famoso juicio. Hay que recordar que un siglo antes de Galileo otro gran hombre de ciencias, Nicolaus Copernicus, preparó el camino trabajando muy cerca de la Iglesia.


Galileo vivió y murió como un fiel hijo de la Iglesia Católica. Es una realidad que deberían meditar los que buscan utilizarlo para atacar a la misma Iglesia.

La Iglesia otorgó el imprimatur a la primera edición de las obras completas de Galileo en 1741.

Ver También: Fe y ciencia; Iglesia-civilización

Es muy común oir hablar de Galileo, no solo por sus descubrimientos sinó como ejemplo óptimo de las "atrocidades" de la Iglesia contra los hombres de ciencia.

Pero, ¿que hay de verdad?. El profesor Artigas, físico, profesor de Filosofía de la Ciencia en la Universidad de Navarra y escritor de "Galileo en Roma. Crónica de 500 días"(1), considera que «ni siquiera los católicos conocen bien el caso Galileo, aunque se utiliza con frecuencia para atacar a la Iglesia».

Para entender el caso de Galileo conviene recordar las palabras del Papa: «La escritura de la historia se ve obstaculizada a veces por presiones ideológicas, políticas o económicas; en consecuencia, la verdad se ofusca y la misma historia termina por encontrarse prisionera de los poderosos. El estudio científico genuino es nuestra mejor defensa contra las presiones de ese tipo y contra las distorsiones que pueden engendrar» (Juan Pablo II,1999).

1- «Galileo en Roma. Crónica de 500 días» de Mariano Artigas y William Shea (Español:Ediciones Encuentro; Inglés: Oxford Press. ). Libro basado en los documentos originales.

LA CIENCIA NECESITA LA FE Y LA FE NECESITA LA CIENCIA

El «ministro» de Cultura de la Santa Sede analiza este binomio después del caso Galileo -Zenit

CIUDAD DEL VATICANO, 7 nov 97 (ZENIT).- El caso Galileo ha sido durante más de tres siglos fuente de malentendidos y polémicas entre el mundo de la ciencia y la Iglesia católica. Cuando el 31 de octubre de 1992, Juan Pablo II reconoció públicamente los errores cometidos por el tribunal eclesiástico que juzgó las enseñanzas científicas de Galileo se abrió un nuevo panorama fecundo para la relación ciencia y fe. Las consecuencias de ese acto marcarán definitivamente la historia.

El cardenal Pablo Poupard fue la persona a quien el pontífice había encargado el estudio del caso y fue él quien le presentó los resultados sobre los que después el Papa se pronunciaría. En una entrevista concedida a «Zenit» el purpurado, tras revelar la manera en que la comisión que presidía llegó a las históricas conclusiones, describe el apasionante horizonte que se ha abierto para la relación fecunda entre la ciencia y la fe: «El mito cultural de que existe incompatibilidad entre el espíritu de ciencia y la fe cristiana empieza ya a declinar». Por otra parte, «la Iglesia se interroga hoy más que nunca sobre los fundamentos de su fe, sobre cómo dar razón de su esperanza a este mundo moderno al que abrió sus puertas de para en par en el Concilio Vaticano II».

En este momento de crisis de ideologías, «la ciencia y la fe están llamadas a una seria reflexión… y a tender puentes sólidos que garanticen la escucha y el enriquecimiento mutuos». En definitiva, para el cardenal Poupard, la Iglesia está «entrando en una nueva fase histórica». Basta prestar atención a los desafíos éticos que plantean las nuevas fronteras de la ingeniería genética a la ciencia para comprender la importancia de iluminar el mundo científico con el horizonte de la fe.

En definitiva, «la experiencia demuestra –explica el «ministro» de Cultura de la Santa Sede– que la ciencia ha servido para purificar a la religión de múltiples errores y supersticiones; mientras que la religión, a su vez, tiene la virtualidad de purificar la ciencia de la idolatría de las ideologías materialistas y reduccionistas que acaban por volverse contra la dignidad del hombre».

Zenit ZE971107-3


EL DIALOGO CIENCIA-FE, DESPUES DEL CASO GALILEO
Entrevista con el cardenal Pablo Poupard, presidente del Consejo Pontificio de la Cultura

CIUDAD DEL VATICANO, 7 nov (ZENIT).- El diálogo entre fe y cultura ha marcado el pontificado de Juan Pablo II, que acaba de entrar en su vigésimo año. El pronunciamiento del Papa sobre el caso Galileo Galilei supone el momento paradigmático de esta relación. El cardenal Pablo Poupard, presidente del Consejo Pontificio de la Cultura, ha mantenido una entrevista con Jesús Colina, director de «Zenit», sobre este apasionante capítulo de la historia de la ciencia y de la Iglesia

–Eminencia, uno de los hechos más notables del pontificado de Juan Pablo II en relación con la cultura ha sido sin duda el acto del 31 de octubre de 1992, en el que el Papa reconoció públicamente los errores cometidos por el tribunal eclesiástico que juzgó las enseñanzas científicas de Galileo. Usted, como presidente de la comisión pontificia que estudió el caso y que presentó sus resultados al Papa, ha sido testigo privilegiado de este acontecimiento histórico. ¿Qué valoración nos puede hacer de él? ¿Qué sentido debemos atribuir a esta intervención del Papa?

–Pablo Poupard: Ciertamente, éste es uno de los temas cruciales que ha preocupado al Papa desde el comienzo de su pontificado, y por ello ha hecho todo lo posible por aclararlo. Respecto al caso Galileo, la memoria cultural de la humanidad estaba manchada. Desde la Ilustración hasta nuestros días, este caso se ha esgrimido como símbolo del carácter reaccionario de la Iglesia. Piense en la presentación de Bertold Brecht y de tantos otros, para quienes la Iglesia sería contraria al progreso, y la fe sería opuesta a la ciencia. Pero no es verdad; al contrario, la fe ha constituido a lo largo de la historia una fuerza propulsora de la ciencia. No olvidemos que la ciencia moderna se ha desarrollado precisamente en el Occidente cristiano y con el aliento de la Iglesia.

La idea de Juan Pablo II era hacer, de una vez por todas, una purificación de esta memoria cultural. De ahí la iniciativa valiente del Papa de constituir una comisión que se ocupó de estudiar el caso durante once años en sus aspectos exegéticos, epistemológicos, históricos y culturales.

–¿Cómo se desarrolló el trabajo de la comisión?

–Pablo Poupard: La Comisión desarrolló una investigación exhaustiva. Básicamente, las preguntas a las que se intentó contestar fueron: ¿qué fue lo que ocurrió?; ¿cómo se produjo el conflicto?; ¿por qué se desarrollaron de este modo los hechos? Después de más de tres siglos y medio, las circunstancias han cambiado mucho y a nosotros nos parece evidente el error que cometieron la mayoría de los teólogos jueces de Galileo. Se trata de un problema cultural; porque en aquel momento el horizonte cultural era distinto al nuestro. Había una situación de transición en el campo de los conocimientos astronómicos.

Y en segundo lugar, ciertos teólogos contemporáneos de Galileo –herederos de la concepción unitaria del mundo, que se impuso de modo universal hasta el comienzo del siglo XVII– no supieron interpretar el significado profundo –no literal– de las Sagradas Escrituras cuando describen la estructura física del universo creado. Esto les llevó a trasponer de forma indebida una cuestión de observación experimental al ámbito de la fe.

–De todos modos, Juan Pablo II, reconoció la grandeza de Galileo, y el gran sufrimiento que padeció por parte de hombres e instituciones de Iglesia.

–Pablo Poupard: Si, es verdad; pero, siendo objetivos, hay que reconocer que en torno a estos sufrimientos se ha creado un mito. Pintores, escritores y científicos han descrito, durante los últimos siglos, las mazmorras y las torturas sufridas por el condenado a causa de la cerrazón de toda la Iglesia.

Desde luego, Galileo sufrió mucho; pero la verdad histórica es que fue condenado sólo a «formalem carcerem» –una especie de reclusión domiciliaria–, varios jueces se negaron a suscribir la sentencia, y el Papa de entonces no la firmó. Galileo pudo seguir trabajando en su ciencia y murió el 8 de enero de 1642 en su casa de Arcetri, cerca de Florencia. Viviani, que le acompañó durante su enfermedad, testimonia que murió con firmeza filosófica y cristiana, a los setenta y siete años de edad.

Galileo, el científico, vivió y murió como un buen creyente.

–¿no causa perjuicio al Magisterio de la Iglesia el reconocimiento de este error?

–Pablo Poupard: No, en absoluto. No está en juego la doctrina de la Iglesia

–que consiste fundamentalmente en el depósito de la Revelación divina y que, como tal, es inmutable– sino el modo de interpretar la Sagrada Escritura en sus descripciones del mundo físico. Al término de los trabajos de la comisión, Juan Pablo II recordó la famosa sentencia atribuida a Baronio: «La intención del Espíritu Santo fue enseñarnos cómo se va al cielo, no cómo está estructurado el cielo». Dios ha confiado el conocimiento de la estructura del mundo físico a las investigaciones de los hombres

Como cito en mi libro sobre Galileo («Galileo Galilei, 350 anni di storia, 1633-1983», pág. 10, «hay lecciones de la Historia que no tenemos derecho a olvidar. La Revelación no tiene lugar al mismo nivel de una cosmogonía. La asistencia divina no ha sido donada a la Iglesia en la perspectiva de los problemas de orden científico-positivo. La infeliz condena de Galileo está ahí para recordárnoslo. Éste es su aspecto providencial».

–Antes de la rehabilitación de Galileo por parte del Papa Juan Pablo II, el Concilio Vaticano II ya había deplorado, en la «Gaudium et spes» « ciertas actitudes que a veces no han faltado entre los mismos cristianos por no haber entendido suficientemente la legítima autonomía de la ciencia». ¿No ha pasado demasiado tiempo hasta llegar a esta rehabilitación?

–Pablo Poupard: Sí, ha pasado mucho tiempo; pero hacía falta para que se pudieran clarificar los criterios de interpretación de la Sagrada Escritura a la hora de tratar temas científicos. Estos criterios no estaban claros en el ambiente cultural unitario de aquel entonces; ahora están ya muy asentados, y ello garantiza, en gran parte, que no se vuelvan a repetir equivocaciones parecidas. De todos modos, hay que insistir en que el acto de 1992 no ha sido una rehabilitación. Galileo Galilei, como científico y como persona, ya estaba rehabilitado desde hacía mucho tiempo. De hecho, cuando en 1741 se alcanzó la prueba óptica del giro de la tierra alrededor del sol, Benedicto XIV mandó que el Santo Oficio concediera el imprimatur a la primera edición de las obras completas de Galileo. En la siguiente edición de libros prohibidos, la de 1757, fueron retirados todos los que apoyaban la teoría heliocéntrica y, por tanto, también los de Galileo. Todavía más tarde, en 1822, hubo una ulterior reforma de la sentencia errónea de 1633, cuando, por decisión de Pío VII, se concedió el imprimatur al canónigo romano Giuseppe Settele –profesor de astronomía y de matemática en la universidad La Sapienza de Roma– para su obra Elementos de óptica y de astronomía, en la que aceptaba la tesis de Galileo.

–Uno de los aspectos de la cultura que más desconcierto provocan en los fieles es el aparente conflicto entre los resultados de la ciencia y la enseñanza de la fe. La intervención del Papa en el caso Galileo, ¿puede servir para relanzar el diálogo entre la ciencia y la fe?

–Pablo Poupard: En efecto. Además de purificar la memoria cultural, el Santo Padre quería que los problemas subyacentes a este caso obligasen a reflexionar sobre la naturaleza de la ciencia y de la fe. Juan Pablo II saca una enseñanza muy importante para el futuro: la irrupción de una novedad científica y metodológica obliga a las distintas disciplinas del saber a delimitar mejor el propio campo y método. De hecho, en el siglo pasado y a comienzos del nuestro, el progreso en las ciencias históricas obligó a los exegetas a reflexionar sobre el modo de interpretar la Sagrada Escritura.

–¿Cuáles son LOS PRINCIPALES RETOS CON QUE LA IGLESIA SE ENCUENTRA HOY EN SU DIÁLOGO CON LA CIENCIA Y CON LA CULTURA ACTUAL?

–Pablo Poupard: Me atrevería a reducirlos a tres.

1 El primero de los retos podríamos cifrarlo en el carácter frenético del desarrollo de la ciencia, que se realiza en muchas ocasiones no sólo al margen de la religión, sino también de la moral.

2 En segundo lugar, está el influjo que continúan teniendo en el pensamiento científico los ídolos del cientifismo:, hace pasar por científicas toda una serie de objeciones a la fe completamente ERRONEAS. QUE NO TIENEN BASE EN LA CIENCIA Y en tercer lugar, un escepticismo y un subjetivismo que, como es lógico, suelen aparecer unidos vitalmente a actitudes hedonistas ante la vida, y que no sólo actúan como gérmenes destructores de la religión, sino también de las instituciones de nuestra sociedad, e incluso de la misma ciencia, aunque pretendan fundarse en ella.

–¿Quiere decir que hay pocas esperanzas para un diálogo fructífero entre la ciencia y la fe?

–Pablo Poupard: No, en absoluto; las perspectivas de este diálogo son más bien prometedoras. Hace tres años dirigí un libro que mira precisamente a abrir una serie de perspectivas que permitan iniciar un diálogo renovado entre ciencia y fe, sin complejos ni desconfianzas mutuas, partiendo para ello de la esperanza que da la clarificación del caso Galileo.

–¿En qué contexto se sitúa hoy, en el umbral del tercer milenio, el diálogo ciencia-fe?

–Pablo Poupard: En un contexto esperanzador. El mito cultural de que existe incompatibilidad entre el espíritu de la ciencia y la fe cristiana empieza ya a declinar. Resulta cada vez más claro que la fe de la modernidad

–caracterizada por una relación puramente científica con el mundo– le falta algo esencial para contactar con el aspecto más íntimo de la realidad y para ser fuente de sentido. Por otra parte, también la Iglesia se interroga hoy más que nunca sobre los fundamentos de su fe, sobre cómo dar razón de su esperanza a este mundo moderno al que abrió sus puertas de par en par en el Concilio Vaticano II. Vivimos en un contexto de crisis del paradigma cultural. La ciencia, que es cada vez más consciente de sus propios límites y de su necesidad de fundamentación, sigue desafiando a la Iglesia con una exigencia de rigor racional en la presentación de su mensaje (cf. Libro del cardenal Pupard «Buscar la verdad en la cultura contemporánea», Ciudad Nueva, Buenos Aires, 1995, pp. 52-53). La Iglesia tiene conciencia de estar entrando en una nueva fase histórica; y, al mismo tiempo, sabe que la esperanza que ha puesto en Cristo –y que ofrece al mundo de hoy como su riqueza mayor– no se verá defraudada.

–¿En qué campos se realiza hoy en día el diálogo entre la ciencia y la fe?

––Pablo Poupard: Uno de los campos de más importancia en la actualidad es el de la antropología, que, con sus posibles aplicaciones, tiene una incidencia más directa que nunca sobre la persona y sobre el pensamiento humano. Se trata de aplicaciones científicas que, a veces, parecen amenazar los fundamentos mismos de lo humano. Cerrando el caso de Galileo, Juan Pablo II hace un llamamiento a todos los científicos y hombres de cultura para que presenten una antropología que sea capaz de acoger todos los descubrimientos de las ciencias humanas y que respete al mismo tiempo la singularidad irrepetible de la persona humana. El Santo Padre parece clamar: Estad atentos vosotros, ingenieros, científicos, que estáis dispuestos a manipular y a experimentar; estad atentos y preguntaos: ¿respetáis suficientemente la humanidad del hombre, o estáis más bien contribuyendo a destrozarla? EL PAPA PIDE A LOS CIENTIFICOS QUE RESPETEN AL SER HUMANO, NO MANIPULARLO NI EXPERIMENTAR CON EL.

–¿Cuáles son las bases para este diálogo entre la ciencia y la fe que el Papa promueve?

–Paul Poupard: Lo primero que habría que decir es que tanto la ciencia como la fe son dos elementos fundamentales de la cultura que pueden ser caracterizados por su relación a la verdad. En la actualidad, junto con una tendencia a la VS fragmentación y a la disgregación cultural que amenaza con acarrrear graves consecuencias para el futuro del hombre, se constata un deseo cada vez mayor de que el cuerpo imponente de los conocimientos científicos encuentre su razón de ser en el marco de una visión más amplia, que abarque una visión integral del hombre y de sus relaciones con Dios y con el conjunto del universo. El servicio a la verdad propio de la ciencia es plenamente compatible con el servicio a la Verdad –con mayúscula– propio de la religión. La ciencia ha servido para purificar a la religión de múltiples errores y supersticiones; mientras que la religión, a su vez, tiene la virtualidad de purificar a la ciencia de la idolatría de las ideologías materialistas y reduccionistas que acaban por volverse contra la dignidad del hombre. La autonomía de la ciencia tiene una razón: la búsqueda de la verdad. Y un sentido: el servicio al hombre. Una ciencia sin religión difícilmente puede ser fiel a su compromiso de búsqueda de la verdad en favor del hombre. A este respecto, me viene a la memoria unas palabras del Papa Pablo VI: la religión podrá parecer ausente cuando permite y llega a ordenar a los científicos a no obedecer más que a las leyes de la verdad; pero una mirada más atenta advertirá que la Iglesia está cerca de ellos. La religión podrá parecer ausente de la ciencia, pero no lo está.

Este espíritu de Pablo IV es el que hoy se despliega en Juan Pablo II. Quisiera recordar las palabras que dirigió a los científicos, en la UNESCO, el 2 de junio de 1980: «Todos ustedes unidos representan una potencia enorme: la potencia de las inteligencias y de las conciencias. ¡Muéstrense más poderosos que los más poderosos de nuestro mundo contemporáneo! ¡El futuro del hombre depende de la cultura! ¡La paz del mundo depende de la primacía del Espíritu! ¡Sí! ¡El porvenir pacífico de la humanidad depende del amor».

Hoy más que nunca observamos cómo la ciencia sin conciencia entraña la destrucción del hombre: de Hiroshima a Nagasaki, de Auschwitz a Chernobyl. Nuestro universo –que ha resultado ser infinitamente más vasto de lo que Galileo podía siquiera imaginar– necesita ensanchar urgentemente su alma. El mérito histórico de Juan Pablo II está en convocar para esta tarea a los hombres de ciencia y fe. ZE971107-5

Famosos Científicos Que Creyeron en Dios
por Rich Deem

¿Creer en Dios?

¿Es la creencia en Dios irracional? En estos días, muchos científicos famosos son también fuertes defensores del ateísmo. Sin embargo, en el pasado, y aun hoy, muchos científicos creen que Dios existe y que es responsable de lo que vemos en la naturaleza. Esta es una muestra pequeña de científicos que colaboraron en el desarrollo de la ciencia moderna mientras creían en Dios.

Rich Deem

  1. Nicolás Copérnico (1473-1543)
    Copérnico era el astrónomo polaco que puso el primer sistema de planetas basado matemáticamente que giran alrededor del sol. Asistió a varias universidades europeas, y se hizo un Canon en la iglesia católica en 1497. Su nuevo sistema fue en realidad presentado primero en los jardines del Vaticano en 1533 ante el Papa Clemente VII que lo aprobó, y urgió a Copérnico a publicarlo alrededor de ese tiempo. Copérnico nunca estuvo bajo ninguna amenaza de persecución religiosa - y fue instado a que lo publicara por ambos el obispo Católico Guise, el Cardenal Schonberg, y también el profesor Protestante George Rético. Copérnico hizo referencia a Dios a veces en sus obras, y no vio su sistema como en el conflicto con la Biblia.
  2. Sir Fancisco Bacon (1561-1627)
    Bacon era un filósofo que es conocido por establecer el método científico de investigación sobre la base de la experimentación y el razonamiento inductivos. En De Interpretatione Naturae Prooemium, Bacon estableció sus metas como el descubridor de la verdad, servidor a su país, y servidor a la iglesia. Aunque su trabajo estaba basado en la experimentación y el razonamiento, rechazó el ateísmo como que era el resultado de la insuficiente profundidad de la filosofía, diciendo, "Es cierto que una filosofía ligera inclina a la mente del hombre al ateísmo, pero la profundidad en la filosofía conduce las mentes de los hombres a la religión; pues mientras la mente del hombre busca segundas causas dispersadas, puede algunas veces descansar en ellas, y no ir más lejos; pero cuando contempla la cadena de ellas confederadas, y acopladas juntas, debe necesitar volar a la Providencia y Deidad" (Del ateísmo)
  3. Juan Kepler (1571-1630)
    Kepler era un matemático brillante y astrónomo. Hizo un trabajo temprano sobre la luz, y estableció las leyes del movimiento planetario sobre el sol. También llegó a estar cerca de llegar al concepto Newtoniano de la gravedad universal - incluso antes de que Newton naciera! Su introducción de la idea de la fuerza en la astronomía cambió de manera radical en una dirección moderna. Kepler era un Luterano sumamente sincero y piadoso, cuyas obras sobre astronomía contienen escritos sobre cómo el espacio y los cuerpos celestes representan la Trinidad. ¡Kepler no sufrió persecución por su declaración abierta del sistema centrado por el sol, y era permitido como un Protestante quedarse en la Graz católica como un catedrático (1595-1600) cuando otros Protestantes habían sido expulsados!
  4. Galileo Galilei (1564-1642)
    Galileo es recordado a menudo para su conflicto con la Iglesia Católica Romana. Su trabajo polémico sobre el sistema solar fue divulgado en 1633. No tenía ninguna prueba de un sistema centrado por el sol (los descubrimientos del telescopio de Galileo no demostraron una tierra móvil) y su sola "Prueba" sobre la base de las mareas era inválida. Ignoraba las órbitas elípticas correctas de los planetas publicada veinticinco años antes por Kepler. Debido a que su trabajo terminó poniendo el argumento favorito del Papa en el diálogo en la boca del simplón, el Papa (un viejo amigo de Galileo) estaba muy ofendido. Después del "Juicio" y siendo prohibido de enseñar el sistema centrado por el sol, Galileo hizo su trabajo teórico más útil, que fue sobre dinámica. Galileo dijo expresamente que la Biblia no puede equivocarse, y vio su sistema como una interpretación alterna de los textos bíblicos.
  5. René Descartes (1596-1650)
    Descartes era un matemático francés, científico y filósofo que ha sido llamado el padre de la filosofía moderna. Sus estudios de la escuela lo hicieron insatisfecho con la filosofía previa: tenía una fe religiosa profunda como un Católico Romano, que conservó hasta su último día, al mismo tiempo que un deseo decidido y apasionado de descubrir la verdad. A la edad de 24 tenía un sueño, y sintió el llamado vocacional de tratar de traer juntos conocimientos en un sistema de pensamiento. Su sistema comenzó preguntando qué podía ser conocido si todo lo demás fuera dudado - sugiriendo al famoso "Pienso, por lo tanto existo". En realidad, es olvidado a menudo que el próximo paso para Descartes fue establecer la certeza por muy poco de la existencia de Dios - porque solamente si Dios ambos existe y no quiere que nosotros seamos engañados por nuestras experiencias - podamos confiar en nuestros sentidos y en los procesos del pensamiento lógicos. Dios es, por tanto, fundamental para toda su filosofía. El lo que realmente quería ver era que su filosofía fuese adoptada como la enseñanza estándar Católica Romana. René Descartes y Francisco Bacon (1561-1626) son en general respetados como figuras clave en el desarrollo de la metodología científica. Ambos tenían sistemas en los que Dios era importante, y ambos parecen más devotos que el promedio por su era.
  6. Isaac Newton (1642-1727)
    En óptica, mecánica, y matemáticas, Newton era una figura de genio indiscutible e innovación. En toda su ciencia (incluyendo química) el vio las matemáticas y los números como central. Lo que es menos conocido es que era fervientemente religioso y vio a los números tan involucrados en el plan de Dios para la historia a partir de la Biblia. Hizo una obra considerable sobre numerología bíblica, y, aunque los aspectos de sus creencias no eran ortodoxos, pensaba que la teología era muy importante. En su sistema de física, Dios es esencial para la naturaleza y el carácter absoluto del espacio. En Principia dijo, "El sistema más hermoso del sol, los planetas, y cometas, podía sólo proceder del consejo y dominio de un Ser inteligente y poderoso."
  7. Roberto Boyle (1791-1867)
    Uno de los fundadores y miembros tempranos de la Real Sociedad, Boyle dio su nombre a "La ley de Boyle" para los gases, y también escribió una obra importante sobre química. La Encyclopedia Britannica dice de él: "Por su voluntad dotó de una serie de conferencias de Boyle, o sermones, que todavía continúan", para demostrar la religión cristiana contra los infieles conocidos....' Como un Protestante devoto, Boyle recibió un interés especial promoviendo la religión cristiana por todas partes, dando dinero para traducir y publicar el Nuevo Testamento en irlandés y turco. En 1690 desarrolló sus opiniones teológicas en el Cristiano virtuoso, que escribió para mostrar que el estudio de la naturaleza era un deber religioso principal." Boyle escribió contra los ateos en su día (la noción de que el ateísmo es una invención moderna es un mito), y era evidentemente mucho más fervientemente cristiano que el promedio en su era.
  8. Miguel Faraday (1791-1867)
    Miguel Faraday era el hijo de un herrero que se convirtió en uno de los científicos más grandes del siglo XIX. Su trabajo sobre la electricidad y el magnetismo no sólo revolucionó la física sino también resultó en gran parte de nuestros estilos de vida de hoy, que dependen de ellos (incluir computadoras y líneas telefónicas y sitios web). Faraday era un miembro fervientemente cristiano de los Sandemanianos, que influyeron en él significativamente y afectaron fuertemente la manera en la que se acercó e interpretó la naturaleza. Originados de los Presbiterianos, los Sandemanianos rechazaron la idea de las iglesias estatales, y trataron de regresar a un tipo de Cristianismo del Nuevo Testamento.
  9. Gregorio Mendel (1822-1884)
    Mendel fue el primero en ofrecer los fundamentos matemáticos de la genética, en lo que llegó a ser llamado "Mendelianismo". Empezó su investigación en 1856 (tres años antes que Darwin publicara su Origen de las Especies) en el jardín del monasterio en el que era un monje. Mendel fue elegido abad de su monasterio en 1868. Su obra permaneció comparativamente desconocida hasta finales del siglo, cuando una nueva generación de botánicos empezó a encontrar resultados similares y lo "Redescubrieron" (aunque sus ideas no eran idénticas a la suya). Una idea interesante en los años 1860's fue notable por la formación del X - club, que estaba dedicado a disminuir las influencias religiosas y propagar una imagen de "conflicto" entre la ciencia y la religión. Un simpatizante fue el primo de Darwin, Francisco Galton, cuyo interés científico estaba en la genética (un defensor de la eugenesia - la reproducción selectiva entre los seres humanos para "Mejorar" la estirpe). Estaba escribiendo cómo la "Mente sacerdotal" no era propicia para la ciencia mientras, alrededor del mismo tiempo, un monje austriaco estaba haciendo progresos en la genética. El redescubrimiento del trabajo de Mendel vino demasiado tarde para afectar la contribución de Galton.
  10. Guillermo Thomson Kelvin (1824-1907)
    Kelvin era más importante entre el grupo pequeño de científicos británicos que ayudaron a poner los cimientos de la física moderna. Su trabajo cubrió muchas áreas de la física, y fue dicho que tenía más credenciales que alguien más en la comunidad de naciones, puesto que recibió numerosos títulos honoris causa de universidades europeas, que reconocieron el valor de su trabajo. Era un Cristiano muy comprometido, que era indudablemente más religioso que el promedio por su era. Curiosamente, sus colegas físicos Jorge Gabriel (1819-1903) y Jaime Clerk Maxwell (1831-1879) eran también hombres de profunda dedicación cristiana, en una era cuando muchos eran sólo de nombre, apáticos, o anticristianos. LaEncyclopedia Britannica dice "Maxwell es visto por la mayoría de los físicos modernos como el científico del siglo XIX que tenía la influencia más grande sobre física de siglo XX; es clasificado con Sir Isaac Newton y Alberto Einstein por la naturaleza fundamental de sus contribuciones." Lord Kelvin era un creacionista de la tierra vieja, que calculó que la tierra tenía una edad entre 20 millones y 100 millones de años, con un límite superior en 500 millones de años sobre la base de ratios de enfriamiento (un cálculo aproximado bajo atribuible a su falta de conocimientos sobre la calefacción radiogénica).
  11. Max Planck (1858-1947)
    Planck hizo muchas contribuciones a la física, pero fue más conocido por la teoría cuántica, que revolucionó nuestro conocimiento de los mundos atómicos y subatómicos. En su conferencia de 1937 sobre "Religión y Ciencia", Planck expresó la opinión de que Dios estaba por todos lados presente, y sostuvo que "La santidad de la Deidad ininteligible era expresada por la santidad de los símbolos." Los ateos, creía él, dan demasiada importancia a lo que son simplemente símbolos. Planck era una persona que ayudaba al clero en asuntos seculares desde 1920 hasta su muerte, y creyó en un Dios Todopoderoso y Omnisciente y caritativo (aunque no necesariamente uno personal). Tanto la ciencia como la religión hacen una "Lucha incansable en contra del escepticismo y el dogmatismo, en contra de la incredulidad y la superstición" con la meta "Hacia Dios!"
  12. Alberto Einstein (1879-1955)
    Einstein es probablemente el mejor conocido y el más reverenciado científico del siglo veinte, y es relacionado con las revoluciones muy importantes en nuestro pensar en el tiempo, la gravedad, y la conversión de la materia en energía (E = mc2). Aunque nunca llegó a la creencia en un Dios personal, reconoció la quimera de un universo no creado. La Encyclopedia Britannica dice de él: "Firmemente negando el ateísmo, Einstein expresó una creencia en el Dios de Spinoza que se revela a Sí Mismo en la armonía de lo que existe." En realidad esto motivó su interés en la ciencia, como una vez se lo comentó a un joven físico: "Quiero saber cómo Dios creó este mundo, no estoy interesado en este o ese fenómeno, en el espectro de este o ese elemento. Quiero conocer Sus ideas, el resto son detalles." El epíteto famoso sobre el "Principio de incertidumbre" de Einstein era "Dios no juega dados" - y para él ésta era una declaración legítima sobre un Dios en el que él creía. Un famoso refrán suyo era que la "Ciencia sin religión está coja, religión sin ciencia está ciega."

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