Basílica cerrada y estadios abiertos

Basílica cerrada y estadios abiertos

La decisión de la ministra de Salud María Luisa Ávila de cancelar las actividades religiosas alrededor de la fiesta de Nuestra Señora de los Ángeles en Cartago, ha suscitado toda una serie de reacciones que es necesario balancear y poner en contexto. En primer lugar hay que decir que ciertamente el país se encuentra ante una emergencia nacional por el riesgo de que la pandemia de Influenza AH1N1 se extienda masivamente entre la población, y que ante la magnitud de las consecuencias se impone el bien común y la responsabilidad. En ello la posición de la Iglesia Católica ha sido monolítica. La expresó el rector de la Basílica Padre Jorge Eddy Solórzano, durante la conferencia de prensa con la ministra, la validó su Obispo Monseñor José Francisco Ulloa en un mensaje público y fue sustentada por los demás Obispos de la Conferencia Episcopal en la persona de Monseñor Hugo Barrantes, cuyo comunicado publicamos en página 2 de esta edición. Como resultado de la medida sanitaria, miles de costarricenses no han podido pasar de la puerta del Santuario Nacional tanto el fin de semana anterior como éste, ante lo cual ha surgido la suspicacia de por qué, mientras el Santuario mariano fue cerrado son mantenidas abiertas las puertas de estadios, conciertos, escuelas, cines y teatros. Si estamos, como dice la ministra, en el pico más alto del riesgo de contagios, pensamos que en justicia las medidas deben ser a toda escala. El problema es que la señora ministra lejos de ampliar con criterio fundamentado su decisión, al referirse a esta disparidad denunciada por el Obispo de Cartago en la Eucaristía de Santiago Apóstol el 25 de julio, lo que hace es atacarlo personalmente y de manera irrespetuosa por su ausencia en el país en los días que se tomó la medida (La Nación, 26 de julio) como si Monseñor pudiera saber de antemano lo que pasaría para cancelar compromisos asumidos desde mucho tiempo antes relacionados con sus cargos en el Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM). Su desafortunada reacción ha hecho surgir otras posiciones más radicales, que incluso ven segundas intenciones de carácter político e ideológico en la cancelación de la romería y la misa del dos de agosto, teniendo en cuenta el pulso que libra la Iglesia sobre temas cruciales que se encuentran en el tapete de la discusión nacional, el trabajo formativo que realizarían durante esos días grupos en defensa de la vida y la familia, así como la conveniente suspensión de una Eucaristía multitudinaria y su homilía tradicionalmente fuerte en un año electoral previo a las elecciones nacionales, versiones en las cuales, en ningún caso hay pruebas contundentes. Lo cierto es que la fe del costarricense y su amor a la Madre del Señor van mucho más allá de un día o un lugar, y ello quedará demostrado en el recorrido que hará la imagen de La Negrita por el país. Y en cuanto a lo otro, le corresponde a cada cura párroco y agente de pastoral avivar la conciencia nacional sobre los graves retos que tenemos como sociedad, de forma tal que no sea una, sino miles, las homilías del dos de agosto. De esta forma podremos hacer de esta histórica y dolorosa situación un momento para reafirmar la identidad católica costarricense y asumir el compromiso que como bautizados tenemos en la transformación de nuestro entorno según los valores del Evangelio.